Columnistas

Reeleción Parlamentaria

Por: Antero Flores-Araoz E.

El mal comportamiento de algunos parlamentarios y la actitud muchas veces permisiva del Congreso en su conjunto, ha generado que siga en aumento el desprestigio del Poder Legislativo. Ello es grave pues algunos lo toman como una invitación a que se cierre la casa de las leyes, con la pérdida del equilibrio, pesos y contrapesos, o balance de poderes en que se sustenta el régimen democrático. Las consecuencias internacionales serían imprevisibles, pues hoy por hoy, para estar insertado en el sistema crediticio universal se deben cumplir estándares democráticos y de Derechos Humanos.

Algunas otras personas no han ido tan lejos como quienes propugnan ponerle candado al Palacio Legislativo y, para paliar el descrédito parlamentario, ofertan soluciones que suenan atractivas a los oídos de los ciudadanos, quienes están hartos de las estridencias y malos hábitos de un grupo de legisladores. El desprestigio del Congreso no se corrige con cambios constitucionales ni legislativos, leyes nos sobran. Lo que se necesita es cumplir la normatividad y sancionar con severidad las inconductas individuales que injustamente perjudican al conjunto.

Echar propuestas al aire, con la pretensión de acabar con los males parlamentarios, mediante el destierro de la reelección de los congresistas o la renovación del Legislativo por partes, no va a solucionar nada, pero va a crear otros problemas. Reconociendo la buena fe de quienes proponen la no reelección o la renovación parcial, se debe advertir que la prohibición traerá consigo que todos los parlamentarios sean novatos y sin la experiencia requerida. A nadie se le ocurriría llevar a la selección nacional a jugadores de la sub- 17 por más buenos que sean, pues les falta experiencia y versación. Los calichines son para ligas menores, pero para las mayores se requiere de pesos pesados experimentados que puedan interactuar con los nuevos recién elegidos. La conjunción de la experiencia de los que repiten con los bríos de quienes se inician en el Parlamento, es una buena fórmula que no necesita cambiarse.

En lo que se refiere a la renovación, sea por mitades o tercios, es conveniente advertir que siendo el Parlamento la casa de todos, donde por lo general coexisten diversas minorías, el partido o la alianza gobernante necesita un gran esfuerzo de concertación para lograr mayoría. Si con la renovación hay usualmente una recomposición de fuerzas, se estaría atentando contra la gobernabilidad, pues habría que trabajar muy duro para reconstruir la mayoría necesaria para la acción legislativa.

Como puede verse, ninguna de las dos propuestas es solución al problema. Las inconductas de algunos miembros del Congreso, sea que llegan al Parlamento con mochila cargada de “anticuchos”, sea porque los cometen ya estando en el Congreso, solamente se resolverán si el Legislativo como institución actúa con severidad ejemplar, descartando al llamado otoronguismo y sancionando sin parpadeo a los infractores.

Las agrupaciones políticas también tienen que hacer lo suyo, pues todos los que son elegidos han sido propuestos al elector por los partidos y estos tienen la obligación de efectuar selección escrupulosa de postulantes para evitar a los impresentables.

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