Desde que Mijail Gorbachov oficializó la desintegración de la Unión de RepúblicasSoviéticas Socialistas (URSS) y nuevas repúblicas aparecieron en el contorno, no se ha presentado una situación semejante a los sucesos de Ucrania y Crimea. Debajo del derrocamiento de Viktor Yanukovich subyacen elementos políticos y económicos reveladores de la complejidad de la tutela de la Federación Rusia sobre gobiernos supuestamente independientes. El Primer Ministro Dimitri Medvedev dijo que la caída del gobierno ucraniano representaba una amenaza a los intereses rusos, calificando la insurrección de las masas ucranianas ante un gobierno despótico, como un motín armado. Detrás de las palabras de Medvedev estaba el Presidente ladimir Putin, decidido entonces a la anexión de Sebastopol, con la flota de naves de guerra equipados con misiles de largo alcance. En su planificación estratégica se consideró la anexión de Crimea en la península del Mar Negro, ruta clave en la logística de intercambios Comerciales globales y el transporte de petróleo y gas de Oriente a Occidente, particularmente las naciones de Europa Occidental.
La Federación Rusa no quiere repetir en el siglo XXI la derrota de Crimea de 1853, donde combatieron jenízaros del Imperio Otomano, las fuerzas del imperio de los Zares y las tropas modernizadas de Gran Bretaña y Francia. “La carga de los Seiscientos” fue un film protagonizado por Errol Flyn que reconstruyó la batalla de Balaklava, en la que la caballería ligera británica fue destrozada por los cañones de los rusos zaristas del siglo diecinueve. La Federación Rusa ha extendido su dominio geopolítico a la que fue república autónoma de Crimea, que estuvo asociada a Ucrania. La frontera territorial de Rusia a Ucrania tiene una apreciable cantidad de kilómetros de distancia. Pero la tutela política rusa acorta distancias pues sus planes expansionistas se cimentan en el peso de su influencia en una encrucijada estratégica en la región.
Nikita Khruschev ordenó en 1954 la transferencia de Crimea a la república de Ucrania. Más del 50 por ciento de la población de Crimea tiene origen étnico ruso. También hay tártaros que fueron deportados por orden de Stalin, acusándolos de colaboradores con la Alemania hitleriana.
En Ucrania, como en Crimea, predomina la etnia eslava, símbolo de unidad histórica que clamaron zares y bolcheviques. Sin embargo los ucranianos advierten que la Federación Rusa interpreta la identidad étnica como subordinación geopolítica. La identidad étnica es un argumento descalificado en los conceptos modernos de soberanía. Es algo semejante a que España intentara recuperar, por uso arbitrario de la fuerza, las antiguas colonias americanas que tienen sangre hispana y hablan castellano.
Ucrania se ha convertido en un avispero en el que la miel es disputada tanto por intereses rusos como intereses europeos y norteamericanos. La Unión Europea envió representantes diplomáticos para mediar en la crisis ucraniana. Una grabación clandestina de una conexión telefónica de autoridades de Washington y Kiev muestra la intervención de manos de distinto origen sobre el futuro de Ucrania. Estados Unidos se ha puesto en guardia por el doble standard de los rusos. Putin hizo una gran alharaca para que Estados Unidos no atacara Siria por el uso del letal gas sarín y las violaciones de los derechos humanos de los rebeldes. El gobierno ruso exigió en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU la mediación diplomática para impedir el derrumbamiento del régimen genocida de Bachar al Assad, aprovechando que el Presidente Obama entonces prefirió las negociaciones diplomáticas para no desfigurar el retiro de fuerzas norteamericanas de Irak y Afganistán.
La Federación Rusa no quiere repetir en el siglo XXI la derrota de Crimea de 1853, donde combatieron jenízaros del Imperio Otomano, las fuerzas del imperio de los Zares y las tropas modernizadas de Gran Bretaña y Francia.
La OTAN cuestiona las contradicciones de la diplomacia rusa y desestima cualquier nuevo intento de anexión de Ucrania. El Parlamento de Crimea aprobó el referéndum de la autonomía de Ucrania como un eufemismo que apenas duró el breve lapso que siguió a la incorporación a la Federación. Observadores europeos y norteamericanos concuerdan en que si no se ataja ahora el recrudecimiento del expansionismo de Putin, las otras naciones que estuvieron bajo la férula comunista hasta 1991 podrían ser reabsorbidas por el resurgimiento del neoimperialismo ruso.
Por: Mario Castro Arenas