por: MARIO CASTRO ARENAS
En la superficie, no existe actualmente un partido político moderno que no esté roído por la crisis debido a la intransigencia de los sectores que disputan el control político. Si hundiéramos los dedos en la corteza de los partidos observaremos que los mismos elementos – corrupción, disputas por el liderazgo, infiltración de grupos económicos de presión, alejamiento progresivo de los verdaderos problemas sociales del pueblo, predominio del clientelismo electoral, pobreza de soportes ideológicos y de programas actualizados – subyacen en los intersticios de más de una organización, es decir, coexisten funestos elementos que pueden estallar en poco tiempo.
El test más socorrido para definir la supremacía de los partidos es representado por los que obtienen los primeros lugares en las elecciones generales. Sin embargo no constituyen garantías de perdurabilidad en la adhesión popular porque el pueblo se decepciona rápidamente al comprobar el desvanecimiento de las promesas de campaña con las realizaciones del partido gobernante. Los sectores populares de la sociedad civil cuestionan los incumplimientos en asuntos vitales como la inflación, la inseguridad, la calidad de vida, la decadencia del parlamentarismo, la filtración del crimen organizado, que se presenta en la generalidad de los partidos políticos europeos y latinoamericanos.
Gobierne quien gobierne, estudiantes, trabajadores, profesionales, amas de casa, salen a las calles y carreteras, protagonizan protestas, pintarrajean las paredes y los muros con grafitis adversos, fotografían las aguas servidas, reclaman la presencia instantánea de funcionarios, representantes, diputados para que escuchen y resuelvan sus innumerables problemas. La recurrencia de las protestas delata la inconformidad social contra los partidos políticos. Se recicla de esta manera el distanciamiento progresivo de los partidos que prometen y no resuelven las carencias básicas de la sociedad civil.
¿Cuáles son las razones del desentendimiento cada vez más profundo de los partidos y el pueblo? ¿Se necesitan nuevos dirigentes de partidos o de políticos independientes? ¿Qué causas bloquean la sintonía de partidos y pueblo? ¿Por qué hay cada vez más irritadas protestas sociales en Santiago de Chile, Caracas, Lima, México, Panamá, Buenos Aires, Guayaquil?
La crisis de los partidos panameños, verbigratia, se arrastra desde la separación de Colombia. Panamá heredó la división ideológica de conservadores y liberales. Esta herencia fue cultivada por los próceres del istmo que tuvieron protagonismo ideológico de primer rango en Nueva Granada como Justo Arosemena, Gil Colunge, Guillermo Andreve, Tomás Herrera, dentro de las filas del liberalismo decimonónico.
Al estructurarse a principios del siglo veinte el estado soberano, conservadores y liberales se alternaron en el ejercicio del poder gubernamental. En el tumulto revolucionario de la guerra civil de los Mil Días, el abogado Belisario Porras asumió el liderazgo del liberalismo panameño. El talento poliédrico del doctor Porras como conductor de multitudes, conspirador, diplomático, jurista, estadista, lo llevó a la presidencia de la república en tres mandatos. Pero su persistencia personalista incubó disidencias en el liberalismo al momento de elegir candidatos presidenciales. El liberalismo entró a un proceso de fraccionalismo caudillista, que se atomizó en función de los nombres de los cabecillas de las distintas tendencias y corrientes.
En México, el PRI giró sobre sí mismo, modernizó sus cuadros, logró consensos con el PAN de centro de derecha y el PRD de centro izquierda, para obtener inversiones privadas en el monopolio nacionalista Pemex, antro de corrupciones de ejecutivos y sindicatos. En los países del bolivarianismo chavista – Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Bolivia – el institucionalismo de los partidos históricos cedió espacios a regímenes autocráticos que han llevado la concentración estatista de los medios de producción a niveles críticos insostenibles. Prevalece un reeleccionismo caudillista que controla los poderes públicos – Ejecutivo, Legislativo, Judicial – para desdibujar la presencia de partidos políticos opositores, anulando la alternabilidad del poder político.
Brasil y Argentina proponen esquemas políticos que tienen ciertas analogías con los países de la Alianza Bolivariana, sobre todo Argentina. El peronismo histórico entró en un proceso de desintegración debido a la absorción del clan familiar Kirchner- Fernández. Sin embargo, no se ve en la liza a partidos fuertes para producir un cambio ideológico profundo. El radicalismo se minimiza cada vez más, después de las debacles de Duhalde y de la Rúa. La oposición al kirchnerismo es de orden personal, fraccionada por pequeñas apetencias caudillistas de legisladores, alcaldes, gobernadores, con mezquinas posibilidades de construir espacios de alternabilidad que convenzan al electorado. Dependiendo del resultado de las elecciones, Brasil se prepara para resistir una segunda presidencia de Dilma Rousseff, minada por la corrupción y la recesión, o una opción de cambio de políticas económicas del Partido Social Demócrata de Alecsio Neves, con la tutela ideológica del ex presidente Fernando Henrique Cardoso.
Hay analistas políticos pesimistas que avizoran una situación presuntamente explosiva en Venezuela por la constante depreciación del precio del barril de crudo en el mercado internacional. El gobierno de Nicolás Maduro, como el de Cristina Fernández, atraviesa por un default virtual. No amortiza los compromisos de la deuda externa. Recurre a los fondos de la reserva monetaria para importar alimentos, medicina, insumos productivos. La criminalidad se aloja en los cuadros políticos. El desmoronamiento del chavismo parece ineluctable arrastrado por los graves desaciertos económicos que no puede camuflar el férreo control de los medios de comunicación. La quiebra económica y política de Venezuela podría desencadenar el efecto de dominó, arrastrando a los gobiernos amamantados por subsidios chavistas. Sin embargo, la oposición se ha atomizado con la pasividad de Capriles y el encarcelamiento de López. Acción Democrática y Copei, al parecer, no han superado la crisis interna.
En Panamá se dibuja un panorama político en proceso de renovación. El caudillo populista Arnulfo Arias marcó el parteaguas del conservadorismo y el liberalismo. Organizó un partido de raigambre nacionalista, pero su concepción del nacionalismo absorbió residuos xenófobos quizás resultado de la ósmosis de las ideologías europeas presentes en la segunda guerra mundial. Arnulfo fue el primer caudillo contemporáneo de Panamá. Más que una doctrina, Arnulfo engendró un culto por su excéntrica personalidad que rompió los moldes de la estabilidad por la brevedad errática de sus gobiernos por motines y golpes de estado. Su fuerte personalidad procreó odios y amores, adhesiones y rechazos que sobreviven a su desaparición física del escenario político. Arnulfo y Omar tenían que chocar inevitablemente. Con una postura ideológica más tercermundista, Torrijos procreó una nueva clase política en la que se mezclaron campesinos, abogados, empresarios en partes desiguales. Probablemente parte de la crisis del PRD deriva de la incompatibilidad de las mentalidades entreveradas. Porque hay empresarios privados que piensan como políticos y políticos que piensan y actúan en su provecho personal como empresarios. El Presidente Juan Carlos Varela es más pragmático que ideólogo. Guía al partido panameñista actual con una renovación programática basada en la ampliación de la infraestructura de servicios sociales.
Ricardo Martinelli entró a la arena política con la mentalidad del gerente de una empresa privada. Rompió tabús, quebró paradigmas, desacató procedimientos burocráticos. Como Arnulfo, como Torrijos, o lo aceptas o lo rechazas. Martinelli, por su temperamento anticonvencional, recicla nuevas formas de caudillismo político. Como bien sabemos en el Perú, los caudillos muertos incitan a una especie de necrología imperecedera. Los partidos tradicionalistas recurren a la leyenda de Haya de la Torre, Omar Torrijos, Emiliano Zapata, como una fuente de doctrina política, pero los tiempos han cambiado y las masas tienen demandas económico – sociales reformuladas en función del presente.
Pienso que las crisis generales de los partidos latinoamericanos pueden ser positivas si encaran la redefinición de las posiciones políticas en pugna. La acepción griega del concepto de crisis no es derrotista sino de creación heróica. No hay movimiento ideológico contemporáneo que no atraviese por una crisis de renovación ideológica y programática que debe implicar aggiornamiento, replanteo de los orígenes ideológicos, actualización de métodos y fines. El partido comunista chino echó por la borda el marxismo maoísta y cambió las premisas fundacionales para consolidarse como una de las grandes potencias económicas del mundo. La democracia cristiana italiana es hoy una posición de centro derecha liberal. Los partidos socialistas de España, Francia, Alemania, han efectuado autocríticas y renovaciones que habrían escandalizado a los socialistas del siglo diecinueve.
¿Por qué los partidos latinoamericanos no emprenden un gran debate ideológico para determinar qué permanece y qué ha caducado? ¿La necrología política los congela como si sus fundadores fueran caballeros templarios? ¿Por qué le temen la crisis? El totalitarismo bloquea la democracia en Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Bolivia, Argentina. El sistema está contaminado por agrupaciones políticas meramente coyunturales que llegan al poder, y después no saben qué hacer para gobernar con eficiencia- Sin embargo, los partidos democráticos siguen encallados en el caudillismo anacrónico. El porvenir está sumido en la incertidumbre por la esclerosis de los partidos.